Los tres monjes que reían y la iluminación.

El otro día en una conversación no profunda con un buen amigo, charla que casi podría decir era trivial, salió a flote el termino iluminación,  entendido por iluminación espiritual, algo que me sorprendió en aquel momento y me dejó pensativo durante unas buenas horitas.

Y esto ocurrrió pues quizás mi mente está centrada últimamente en una búsqueda de felicidad y de reencuentro conmigo mismo y por ello he querido que conozcas un pequeño, divertido y sencillo cuento acerca de ese estado espiritual y de la risa.

¿Qué es la iluminación espiritual?

Por iluminación espiritual quizás podemos entender como un esclarecimiento interior,  de conexión con el universo o Dios, que para mi es lo mismo. Esta experiencia se manifiesta en forma de paz, amor y felicidad .

Sin más, te dejo con el cuentecito, espero te agrade:

«Había una vez, en la misteriosa y antigua China, tres monjes budistas que viajaban de aldea en aldea,  ayudando a la gente a encontrar su iluminación. Ellos tenían su propio método: Todo lo que hacían era llegar a cada lugar, y dirigirse a la plaza central donde solía estar el mercado. Simplemente se paraban entre los habitantes y empezaban a reírse a carcajadas.

Las personas que los veían, los miraban extrañados, pero ellos no paraban de reír.
Muchas veces alguna persona preguntaba: ¿De qué se ríen?. Los monjes se quedaban un pequeño rato en silencio… se miraban entre ellos y luego, señalando al que preguntaba y apuntándolo, retomaban su carcajada. Y sucedía siempre el mismo fenómeno: la gente del pueblo, que se empezaba a reunir alrededor de los tres para verlos reír, terminaba contagiándose de sus carcajadas y empezaban a reír tímidamente al principio y de forma desencajada al final.
Cuentan que al rato de reír , todo el pueblo olvidaba que estaba en el mercado, olvidaba que había venido a comprar y el pueblo entero reía y reía y nada tenía la fuerza suficiente para poder entristecer esa tarde. Cuando el sol se escondía, la gente riendo volvía a sus casas; pero ya no eran los mismos, se habían iluminado.
Entonces, los tres monjes tomaban sus escasas pertenencias y partían hacia el próximo pueblo.
La fama de los monjes corría por toda China. Algunas aldeas, cuando se enteraban de la visita de los monjes, se reunían desde la noche anterior en el mercado para esperarlos.
Y sucedió un día que, entrando en una ciudad, repentinamente uno de los monjes murió.
Ese día fue increíble, muchísima más gente que nunca se juntó en la plaza para disfrutar la tristeza de los monjes que reían, o para acompañarlos en el dolor que sentían.
La sorpresa fue llegar a la plaza y encontrar a los dos monjes, junto al cuerpo muerto de su compañero… ¡Riendo a carcajadas! Señalaban al muerto, se miraban entre sí y seguían riendo.
El dolor los ha enloquecido – dijeron estupefactos los habitantes – Reír por reír está bien, pero esto es demasiado, hay aquí un hombre muerto, no hay razón para el jolgorio.
Los monjes, que reían, dijeron entre carcajadas: Ustedes no entienden… él ganó…él ganó…, y siguieron riendo.
Las gentes del pueblo se miraban, y nadie entendía nada.

Los monjes continuaron diciendo con risa contenida: Viniendo hacia aquí hicimos una apuesta… sobre quién moriría primero… Mi compañero y yo decíamos que era mi turno… porque soy mucho mayor que ellos dos, pero él… él decía que él… iba a ser el elegido… y ganó ¿entienden?… él ganó… Y una nueva andanada de carcajadas los invadió.
Definitivamente han enloquecido dijeron todos. Debemos ocuparnos nosotros del funeral, estos dos monjes han perdido la razón.
Así, algunos se acercaron a levantar el cuerpo para lavarlo y perfumarlo antes de quemarlo en la pira funeraria como era la costumbre en esos tiempos y en ese lugar.
¡No lo toquen! gritaron los monjes sin parar de reír. No lo toquen… tenemos una carta de él… quería que en cuanto muriera hicieran la pira y lo quemaran así… tal como está… tenemos todo escrito… y él ganó… respetémoslo.
Los monjes reían solos entre la consternación general. El alcalde del pueblo tomó la nota, confirmó el último deseo del muerto e hizo los arreglos para cumplirlo. Todos los habitantes trajeron ramas y troncos para levantar la pira mientras los monjes los veían ir y venir y se reían de ellos.
Cuando la hoguera estuvo lista, entre todos levantaron del suelo el cuerpo sin vida del monje. Inmediatamente lo alzaron hasta la cima de la montaña de ramas reunidas en la plaza. El alcalde dijo una o dos palabras que nadie escuchó y encendió el fuego. Algunos pocos lagrimeaban en silencio, los monjes se desternillaban de la risa.
Y de pronto, algo extraño sucedió. Del cuerpo que se quemaba salió una estela de luz amarilla en dirección al cielo y explotó en el aire con un ruido ensordecedor.

Después, otros cometas luminosos llenaron de luz el cuerpo que se quemaba. Bombas de estruendo hacían subir los destellos hasta el cielo. La pira se transformó en un increíble espectáculo de luces que subían y giraban. Después cambiaban de colores y de sonidos espectaculares que acompañaban cada destello.

Y los dos monjes aplaudían y reían y gritaban: ¡Bien…Bien…!
Y entonces sucedió. Primero los niños, luego los jóvenes y después los ancianos, empezaron a reír y a aplaudir. El resto del pueblo quiso resistir y chistar a los que reían, pero al poco tiempo todos reían a carcajadas.
El pueblo, una vez más, se había iluminado. Por alguna razón desconocida, el monje que reía sabía que su fin se acercaba. Y antes de morir, escondió entre sus ropas montones de fuegos artificiales para que explotaran en la pira. Su última jugada, una burla a la muerte y al dolor.

Era la última enseñanza del maestro budista:

La vida no finaliza, la vida sólo nace una y otra vez.

Y el pueblo iluminado… reía y reía.»

Espero que la vida te sonría, pon de tu parte. Lo de la iluminación espiritual es algo más complicado ¿Verdad?

La vida no finaliza, la vida sólo nace una y otra vez. - ¡Compártelo!       
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